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Ella: La niebla, la lluvia, la laguna, el río, el agua y la luna

Esa obsesión con la niebla me viene de lejos.  De cuando adoraba a la laguna,  a ese pozo incrustado en las montañas, donde mágicamente brota agua y allí se refleja la luna y ellas, que eramos nosotras, más sabias, pensábamos que ella, la luna, dormía en medio de la laguna y luego se hacia mujer y se hacía madre y cuando ya se cansaba se volvía serpiente e igual merodeaba por la laguna y cuando se aburría se hacía niebla y podía ver dentro de nosotras y nosotras podíamos atravesarla sin que nos mojara.  Y cuando quería estar en todos los seres que la rodeaban, se volvía lluvia y se escurría desde la laguna hasta las nubes, que no eran más que niebla suspendida y desde allí, como un velo finísimo, caía y caía y si me quedaba mucho tiempo mirando parecía que también subiera y subiera.

Y así, cuando veo bajar la niebla por la montaña como una presencia sutil e imponente, me alegro de saber que si corro muy rápido y ella baja hasta el suelo, nos podemos encontrar y volver una.  Sé que ella se esperará y me abrazará.  Pero, si aún así, no puedo bajar, porque hace mucho frío, porque me siento triste, porque prefiero mirarla en la distancia, ella vendrá más tarde, convertida en lluvia y yo estiraré mi mano y la sentiré muy cerca y las dos sonreiremos, mientras los rayos celosos relampaguean en la distancia.  Y si aún así, no tenemos nuestro momento de contacto, sé que me esperará en la laguna o en el río y dejará que mis pies hagan contacto con el agua fresquísima que baja rugiendo de la montaña, volviéndose serpiente y espuma y aunque las ortigas vigilen en la orilla recelosas, mis pies saltarán muy alto y caeré en medio de las piedras y ella hecha agua fresquísima, me compartirá con los seres que viven en su vientre y yo me sentiré pequeñita, como un renacuajo que navega sin saber, que pronto podrá dar saltos de alegría.

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Estas vacaciones hemos pasado cuatro semanas rodeados de la diosa Pirene que este agosto ha sido generosa y nos ha regalado agua en abundancia y por ello la montaña ha vuelto a estar rabiosamente verde. Los ríos bajan rugiendo en medio de los pirineos, los pinos incipientes yacen en medio del camino castigados por las lluvias inclementes, los crisantemos amarillos que sembraron los lugareños, en honor a los presos políticos, se han quemado por las pedregadas inesperadas. Dan ganas de quedarse aquí, por siempre, para siempre.  Danzando con las mariposas a la vora del río, entre el canto acelerado de los pájaros.  Jugando a adivinar el olor de las plantas que se esparcen por el camino. Hemos descubierto caminos nuevos, cerca de casa.  Nos hemos perdido por senderos que estaban escondidos delante de nuestros ojos, hemos desafiado al tiempo y a la lluvia y hemos hecho caminatas cortas pero llenas de magia.  Hemos recorrido los pueblos cercanos a la caza de leyendas del lugar, hemos