Estas vacaciones hemos pasado cuatro semanas rodeados de la diosa Pirene que este agosto ha sido generosa y nos ha regalado agua en abundancia y por ello la montaña ha vuelto a estar rabiosamente verde. Los ríos bajan rugiendo en medio de los pirineos, los pinos incipientes yacen en medio del camino castigados por las lluvias inclementes, los crisantemos amarillos que sembraron los lugareños, en honor a los presos políticos, se han quemado por las pedregadas inesperadas.
Dan ganas de quedarse aquí, por siempre, para siempre. Danzando con las mariposas a la vora del río, entre el canto acelerado de los pájaros. Jugando a adivinar el olor de las plantas que se esparcen por el camino.
Hemos descubierto caminos nuevos, cerca de casa. Nos hemos perdido por senderos que estaban escondidos delante de nuestros ojos, hemos desafiado al tiempo y a la lluvia y hemos hecho caminatas cortas pero llenas de magia. Hemos recorrido los pueblos cercanos a la caza de leyendas del lugar, hemos descubierto muchas, todas ellas ocultas en las frases inocentes de verdades olvidadas. Nos hemos encontrado con la mulsosa rebosante en un verano que huele más a primavera otoñal que a meses de sol inclemente.
Hemos ido, sin lograrlo, tras el mito de l’otger cataló y hemos intuido como este mito artúrico y gestor de la una de las leyendas más importantes del nacimienmto de Catalunya, es una vez más el sol, en su enésimo avatar, que juega a despistarnos...
He visto las perseides atravesar la noche estrellada, dejando una estela que me produjo, sin querer, un grito ahogado de madrugada. He meditado en medio de tréboles interminables, compartiendo la dulzura del aroma de flores desconocidas, con avispas, abejas e incontables bichos sin nombre. Nuevamente me he cerciorado de mi ignorancia al ver la desconexión profunda que tengo con mis ancestros. He pedido perdón a los dueños del bosque y ellos me han recordado que la culpa no entra en el perigranaje que ellos imponen. He rodado montaña abajo, en busca de pinos rojos y me he zambullido en ríos helados donde las serpientes aguardan, escondidas, a uno de los poco peces que el hombre ha dejado para ellas.
Tamién he bailado. A ritmo de una organeta y la voz quebrada de un señor regordete, que con la sonrisa de un niño ha querido alegrar la sardinada de la semana anterior a la fiesta mayor. He movido las caderas, como sólo alguien que lleva sangre negra en las venas puede hacerlo. He visto la cara de admiración o de envidia, de las lugareñas. He bailado, como sólo se puede bailar en la montaña. Honrando a la luna y homeneajando a los sátiros olvidados que han dejado rastros ocultos en este bosque enigmático.
También he escrito. Poemas a los pinos, a la luna y a las estrellas. He retomado mi novela que respira pirineos y fadas del bosque. Y como ha llovido y el frío ha bajado pasajero, acompañado de su amante la boira, he encendido la chimenea y he horneado patatas a la lumbre del carbón hecho con leña, hecho con pinos destinados a hacer una pira que nos calienta y alimenta.
Y he vuelto a escribir, esta historia y otras que me rondan por la cabeza, que atraviesan fugaces por mi mente, como lágrimas de San Lorenzo en medio de una noche pirineinca. Estas vacaciones hemos pasado cuatro semanas rodeados de la diosa Pirene que este agosto ha sido generosa y nos ha regalado agua en abundancia y por ello la montaña ha vuelto a estar rabiosamente verde. Los ríos bajan rugiendo en medio de los pirineos, los pinos incipientes yacen en medio del camino castigados por las lluvias inclementes, los crisantemos amarillos que sembraron los lugareños, en honor a los presos políticos, se han quemado por las pedregadas inesperadas.
Dan ganas de quedarse aquí, por siempre, para siempre. Danzando con las mariposas a la vora del río, entre el canto acelerado de los pájaros. Jugando a adivinar el olor de las plantas que se esparcen por el camino.
Hemos descubierto caminos nuevos, cerca de casa. Nos hemos perdido por senderos que estaban escondidos delante de nuestros ojos, hemos desafiado al tiempo y a la lluvia y hemos hecho caminatas cortas pero llenas de magia. Hemos recorrido los pueblos cercanos a la caza de leyendas del lugar, hemos descubierto muchas, todas ellas ocultas en las frases inocentes de verdades olvidadas. Nos hemos encontrado con la mulsosa rebosante en un verano que huele más a primavera otoñal que a meses de sol inclemente.
Hemos ido, sin lograrlo, tras el mito de l’otger cataló y hemos intuido como este mito artúrico y gestor de la una de las leyendas más importantes del nacimienmto de Catalunya, es una vez más el sol, en su enésimo avatar, que juega a despistarnos...
He visto las perseides atravesar la noche estrellada, dejando una estela que me produjo, sin querer, un grito ahogado de madrugada. He meditado en medio de tréboles interminables, compartiendo la dulzura del aroma de flores desconocidas, con avispas, abejas e incontables bichos sin nombre. Nuevamente me he cerciorado de mi ignorancia al ver la desconexión profunda que tengo con mis ancestros. He pedido perdón a los dueños del bosque y ellos me han recordado que la culpa no entra en el perigranaje que ellos imponen. He rodado montaña abajo, en busca de pinos rojos y me he zambullido en ríos helados donde las serpientes aguardan, escondidas, a uno de los poco peces que el hombre ha dejado para ellas.
Tamién he bailado. A ritmo de una organeta y la voz quebrada de un señor regordete, que con la sonrisa de un niño ha querido alegrar la sardinada de la semana anterior a la fiesta mayor. He movido las caderas, como sólo alguien que lleva sangre negra en las venas puede hacerlo. He visto la cara de admiración o de envidia, de las lugareñas. He bailado, como sólo se puede bailar en la montaña. Honrando a la luna y homeneajando a los sátiros olvidados que han dejado rastros ocultos en este bosque enigmático.
También he escrito. Poemas a los pinos, a la luna y a las estrellas. He retomado mi novela que respira pirineos y fadas del bosque. Y como ha llovido y el frío ha bajado pasajero, acompañado de su amante la boira, he encendido la chimenea y he horneado patatas a la lumbre del carbón hecho con leña, hecho con pinos destinados a hacer una pira que nos calienta y alimenta.
Y he vuelto a escribir, esta historia y otras que me rondan por la cabeza, que atraviesan fugaces por mi mente, como lágrimas de San Lorenzo en medio de una noche pirineinca. He vuelto a escribir.
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